-Oiga, señor- dijo la niña.
Era pequeña y tenía unos ojos muy grandes y, aunque movía la boca al hablar, parecía como si las palabras salieran, en realidad, a través de aquellos ojos enormes.
-Señor.
Puso sobre la mesa un hatillo y, como quien deshoja una flor, comenzó a retirar capas de tela, dejando al descubierto lo que allí había envuelto. Era una cosa muy grande, opaca, y muy pesada. Nadie comprendía cómo había sido capaz de cargar con aquello como si nada, yendo de acá para allá.
-Quiero devolver esto, ya no me gusta. Al principio me gustaba, pero ya no. Quiero devolverla, por favor. Por favor, señor.
Y aunque en sus ojos se veía que estaba a punto de llorar, el hombre la miró con ternura, y le dijo:
-Lo siento mucho, pero la condición adulta no se puede devolver.
domingo, 31 de julio de 2011
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1 +:
Me alegra que te haya gustado.
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