miércoles, 13 de abril de 2011

Te veo

Sé lo que haces.
Lo veo,
y me doy cuenta de todo.
Te veo,
y sí, te juzgo
igual que tú me juzgas a mí.
Y me pareces un pobre hombre.
Y no consigues, siquiera, darme pena.
Me da pena, en cambio,
la gente que, igual que yo, antes,
no puede ver lo que realmente eres.

Me pareces un pobre hombre
y ni siquiera me das pena.

martes, 12 de abril de 2011

No continues left. El mundo al revés

Es una verdadera pena, ¿no te parece?, que todo tu esfuerzo más o menos bienintencionado por concienciarme de mi estupidez y de mi locura no llegara a ninguna parte. Sobre todo ahora que estás tan solo, tan solo.

Me llamabas paranoica. Pretendías derribar los esquemas mentales que considerabas erróneos en mí, y sustituirlos por los tuyos, que eran correctos. Yo te decía que yo no era tú, y que estabas intentando construirme. Y lo decía así porque no me atrevía a decirte que me estabas lavando el cerebro. Y tú me llamabas paranoica, y me recordabas que estoy enferma, y que mi paranoia era otro síntoma de una enfermedad que, según tú, sólo era posible tratar con pastillas.

-Estás enferma; eres una neurótica. Eso no eres tú, es tu enfermedad, tú eres otra cosa.

Supongo que, para ti, la otra cosa que yo debía ser se parecía mucho a ti mismo. Me recordabas mi enfermedad como si yo fuera de acero inoxidable y no sangrara. Al final llegué a creer que era realmente una paranoica, y que todo lo que tú hacías era bueno para mí, pero yo te avisé, y lo hice muchas veces, de mi vulnerabilidad, y tú me decías que sí y que lo tenías en cuenta, pero no era cierto. Me decías que yo me alejaba y no te dabas cuenta de que era justo al revés, de que cuanto más intentaba acercarme a ti, más te apartabas tú y, mientras, me decías que tú eras muy cariñoso y que yo, en cambio, no. Y llegué a creerte, pero, claro, cuando uno entra en el mundo al revés, ¿cómo no se va a creer lo que le dice el rey? Jamás fuiste cariñoso. Ni siquiera en los momentos en los que mejor te portaste conmigo lo fuiste. El cariño es otra cosa y tú, a diferencia de mí, no sabes lo que es. Y tengo unos cuantos testigos que podrán dar fe en caso de que fuera necesario. No como tú.

Me decías que te negabas a ser mi profesor, y yo te recordaba que jamás te lo había pedido. Ahora, dime, ¿qué te pedí?, dímelo si te atreves. Refréscame la memoria. En cambio tú sí que me pediste cosas a mí. Cosas que te di sin intereses y sin que las merecieras. Te quejabas de que no era tu deber ser mi profesor, y me repetías que no ibas a serlo; es mi profesión y no pienso extenderla a mi vida privada, me decías. Pues vale, te decía yo, no te lo he pedido. Tú seguías tratándome como a una alumna y quejándote, porque no querías ser mi profesor, y como no querías ser mi profesor pero no podías evitar serlo, me echabas la culpa a mí. También me prometías cosas que luego jamás cumplías, y que yo, desde luego, no te había pedido, pero a eso ya estaba bastante más acostumbrada.

Era mi obligación respetar todas tus manías. Las mías eran consideradas rasgos neuróticos peligrosos a neutralizar con la mayor eficacia y a la mayor brevedad. Tú te negabas rotundamente a cambiar nada de tu vida con respecto a mí. Yo cambié muchas cosas. De lo contrario no habría podido siquiera hablar contigo. Y luego me reprochabas que no me esforzaba lo suficiente por ti. Recuerdo muy bien tus:

REGLAS INMUTABLES A RESPETAR SI QUIERES TENER EL PRIVILEGIO DE MI COMPAÑÍA

1. Jamás hablo por el móvil. Como mucho, recibo y contesto sms.

2. Si he de hablar por teléfono sólo utilizo el fijo de mi casa, pero:

a) si me llaman, únicamente contesto a números que conozco y sólo a fijos.
b) prefiero ser yo el que llame, así que no me llames.
c) si estoy de humor para llamar, lo más probable es que lo haga por la mañana.

3. No te importa hablar por mensajería instantánea. Yo te digo que a mí sí me importa y que no me gusta. Tú me dices que me fastidie, que lo tome o lo deje. Yo me fastidio y lo tomo. Cuando utilizamos este sistema te enfadas conmigo a causa de los malentendidos que tienen lugar a través de él. Yo te digo que, entonces, hablemos por teléfono. Tú me dices que no. No, siempre el no, un no enorme, gigantesco, un no inamovible, irreprochable y perfecto en su autosuficiencia. Un no a todo, incluida yo, que sólo quería ayudarte y tratarte bien, no, no, no, no. Explícame ahora qué podía hacer yo, la tonta, para solucionar un problema imposible de solucionar, porque, por si todo esto fuera poco, te quejabas, te quejabas de que apenas hablábamos.

Me tenías atada de pies y manos y me llamabas vaga y desconsiderada porque no me levantaba del suelo. Querías tener una relación seria conmigo en la que yo tenía que cambiar prácticamente todo lo que era, y tú no tenías que mover ni una coma de tus libros. Misógino, hay muchas mujeres que, neuróticas como tú, creen que pueden cambiar completamente a sus hombres. A los hombres les revienta que las mujeres intenten eso con ellos. Es por cosas como esa que se vuelven misóginos. Yo te acepté como eras. ¿Te acuerdas?

Aquel verano, cuando me masturbaba, siempre lloraba después de correrme. Era algo que nunca antes en mi vida me había ocurrido. Y, ¿sabes?, lloraba de rabia, ahora lo sé, porque entonces pensaba que era tristeza; y te odiaba, y me odiaba a mí misma porque no podía entender cómo era posible apreciar y, al mismo tiempo, odiar a una misma persona. Aún hoy sigo sin comprenderlo. Tú me hablabas mucho de tu misoginia, y yo entendía entonces y entiendo ahora que las mujeres habían sido crueles contigo. De esto te quejabas mucho. Y, cuando me hablabas de que una de ellas, la única que fue realmente importante, te mandó al carajo después de muchos años y te hizo tanto daño, entonces no pude entenderlo. Pero ahora, ahora sí lo entiendo. Claro que lo entiendo. Te llamó paria, y eso fue lo que más te dolió, pero yo entiendo perfectamente lo que ella quiso decir. Que eres un pobre hombre. Eso es lo que eres, ni más ni menos.

Me pusiste en contra de una de las personas que más he querido en mi vida y le insultaste. Incluso me insinuaste que le denunciara.

Tú, oh, Gran Misógino y Sufridor Supremo de la Crueldad Femenina, has recibido las bofetadas y el daño que te han hecho otras con incomodidad, pero más o menos lo has acatado, y el cariño y el respeto, ¿te das cuenta de que los has recibido con verdadero terror? Odias tanto a las mujeres que, cuando finalmente llegó una a la que no podías odiar, tu mundo se vino abajo y saliste huyendo y echándole las culpas a ella. ¿Recuerdas el día en que te comenté que cuando una mujer se muestra dispuesta a todo con un hombre, éste casi siempre sale huyendo? Recuérdalo una vez más. Cometí el error de creer que tú, un hombre veinte años mayor que yo, se quedaría y aceptaría lo que pudiera darle. Pero me equivoqué. Tu sufrimiento no lo provoca nadie más, no busques fuera de ti, porque aunque tú realmente no creas que el motivo por el que estás solo seas tú mismo, sino el karma, en el fondo sabes la verdad. O puede que seas como una de esas mujeres -a las que tanto odias- que terminan creyéndose sus propias mentiras. Al final resultará que compartes bastantes más semejanzas de las que crees con esas criaturas a las que te jactas de aborrecer. Sé que tu mantra te funciona, así que sigue repitiéndotelo: no he venido aquí para hacer amigos. Es cierto. No hace falta que lo jures. Seguro que es el karma.

En mi vida, en único motivo posible de misandria eres tú. Ninguno de los otros puede arrogarse semejante honor y privilegio.

Ridiculízame todo lo que quieras; ya no voy a caer en ninguna más de tus trampas. Los demás no tienen ni la menor idea de quién eres, por eso les gustas y te encuentran divertido. Recuerdo que a mí me pasó exactamente lo mismo cuando te conocí. Pero yo sé quién eres, y también sé, ahora, que ni estoy loca ni soy tonta. Y que sí que tenías motivos para tenerme miedo. Y muchos, además. Ellos tampoco tienen ni idea de quién soy yo.

Ni, por supuesto, de todo lo mal que me lo hiciste pasar.

Quisiera poder sentir pena por ti, porque sé que estás enfermo y que sufres. Pero lo cierto es que no siento nada.

Adiós.

lunes, 11 de abril de 2011

The ultimate How To Bestseller

One day I finally became aware. If I were to die or suffer or even disappear just like that, these people that walk by my side in the street wouldn't give a damn. I became aware because I thought the same thing about them. I was vain but then I could finally turn humble and begin to understand some things.

You can actually die. Well, that's a fact. You somehow knew you had to die at some point, but you just couldn't come to terms with that fact until now.

Then you can accept that you really are not special after all if you can manage to accept your meaninglessness as an individual, then you might perceive a sense of belonging to a whole.

Then, you'll agree with me, there's no real point at worrying so much about every single thing, is there?

Can you now take on the fear and sublimate it?

You might then be capable of living. It is rather difficult indeed (some people find it blatantly impossible and so they give it up), but it has been done before.

miércoles, 6 de abril de 2011

una vez cada pocos días te recuerdo
y pienso
en ti

diminutivos
omisiones
intentos de vuelo
favorito de la memoria,
que me engaña con recuerdos
felices.
sé, no obstante, y
aun sin pretenderlo,
que me desesperabas sin apenas esfuerzo
y yo
ni siquiera negaba
que fuera
cierto
cuando me mirabas
con ojos de cachorro
de niño perdido
que no puede evitarlo.

todo el daño que te hice
te lo hice a la vez queriendo
y sin querer.