No se puede perdonar una infidelidad. Y menos a una mujer, porque las mujeres nos preñamos. No se puede perdonar una infidelidad a una mujer porque, la mayoría -aunque muchas intenten desmarcarse-, no somos capaces de separar sexo y emoción. Así que una infidelidad suele ser más bien una deslealtad.
Una traición.
Ojalá los hombres supieran. Ojalá las mujeres supiéramos.
miércoles, 11 de enero de 2012
Las sutiles diferencias entre fidelidad y lealtad
martes, 10 de enero de 2012
Differences
Los hombres querrían follarse a todas las mujeres. Las mujeres querrían enamorar a todos los hombres.
(Y un hombre querría ser el primero en la vida de una mujer, y una mujer querría ser la última en la vida de un hombre.)
miércoles, 12 de octubre de 2011
Tengo miedo pero, de momento, está como un perro con correa y bozal bajo control.
Tengo miedo pero, de momento, está bajo control, aunque este cuerpo que es mío esté descontrolado, y no pueda sino mirarme asustada cada vez que él actúa por su cuenta permitiéndome, piadosamente, ser mi propia espectadora.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
Banalidades
Vosotros no lo sabéis pero yo, aquí, -dijo mientras apoyaba la punta del dedo índice en la sien derecha- os he matado a todos.
Etiquetas: cosas que no sé, tareas
jueves, 1 de septiembre de 2011
papá
llegamos y bajamos del coche
y el cielo nublado
y papá estaba de espaldas
regando unas flores
papá vestido con un chándal de cuando tú eras casi un niño
de espaldas aún
como si no nos hubiera oído llegar
candoroso ardid infantil
papá de espaldas
como si no hubiera nadie más
ni más flores en el mundo
pensé en un anciano japonés cuidando su jardín
pensé luego que me había parecido muy viejo
y pequeño
y pensé que podría cogerle en brazos y subir así con él
las escaleras de piedra
pensé que le quería
pensé
pensé pensé
y recordé
mi dibujo
en el cajón de su mesilla
y rogué
a algo en que no creo
que papá no muriese nunca.
martes, 30 de agosto de 2011
prioridades
Se dice que, en algunas zonas de la Italia rural, las mujeres casadas emplean un pequeño ardid para que sus esposos no pasen las noches fuera de casa.
Mezclan en su comida una muy pequeña cantidad de veneno, y les administran el antídoto con la cena. Si él falta a la cena sufre los efectos del veneno. Si, por el contrario, vuelve a casa con su esposa, se sentirá extraña -milagrosamente- aliviado.
Y es algo malévolo. Y no puedo decir que no lo comprenda a la perfección.
Etiquetas: cosas que no sé, lecciones, tareas
lunes, 29 de agosto de 2011
dimorfismo
No es que las mujeres seamos terrenales: somos la tierra.
No es que los varones estén en las nubes: son el cielo.
Recordemos nuestras viejas lecciones de mitología clásica; intentemos entender.
Aunque no sirva de nada.
viernes, 26 de agosto de 2011
sábado, 13 de agosto de 2011
it's astounding
mi madre vive en la tierra del viento
"voy a escribir un libro que se llame La Tierra del Viento", dice
yo la miro y pienso que es ahora cuando el tiempo
empieza a pasar a la velocidad de la luz
nunca había envejecido tan deprisa como ahora
yo era una niña y ella
muy lejos
-qué mujer tan guapa- todos -qué guapa
y yo era una niña que sabía que iba a ser así
siempre
rosas rojas en la mano inmaculada -porque mi madre fue virgen
al altar- mi padre como un prícipe, esperando
-qué guapa- todos -qué guapa está la novia
yo la miro y pienso que hace diez minutos parecía
más joven
pero no sé si puedo responderme -no, hoy no.
voy a llorar otro poco
y luego puede que consiga
jueves, 11 de agosto de 2011
En efectivo y al contado
Uno,
incapaz de asumir el veto,
me acosa
Otro me culpa
de causarle enfermedades
y me insulta.
Pero me quisieron mucho, que conste.
Dime, dios,
¿he pagado ya todas las culpas
o queda todavía
alguna cuota más
con la que no contaba?
sábado, 6 de agosto de 2011
viernes, 5 de agosto de 2011
eso no, hermanito
Cuando eres niño apenas eres consciente de nada; vives a través de tus padres y de poco más te enteras. Si tu madre está triste, te pones triste, si tu padre te trae un huevo kinder al volver de trabajar te alegras pero, sin saberlo, lo que realmente te alegra es ver cómo te mira él cuando te da el regalo. Cuando sales a pasear, correteas varios metros por delante de ellos, pensando en cosas que únicamente tienen sentido para ti solo y en ese preciso instante. Y de los hechos puntuales, sencillamente no te enteras.
Mi hermano me contó que, cuando yo era pequeña, una tarde, mi madre estaba triste. Él le preguntó qué le pasaba. Y ella le contó que, un poco antes, venía de camino a casa conmigo y yo había visto algo en un escaparate que me había llamado la atención. Era una baratija de cuatro pesetas, pero a mí me gustaba, lo quería. Y ella no me lo pudo comprar porque no tenía dinero. No tenía dinero en ese momento, pero tampoco habría podido comprármelo aunque hubiera tenido algo, porque era fin de mes y eran malos tiempos. Y ella lloraba, porque no soportaba pensar que no me podía comprar una mierda de cuatro pesetas, seguramente de plástico y de colores brillantes que yo, seis, siete años, había visto en un escaparate, y seguramente olvidado diez minutos después. Y mi madre llorando.
Y no es justo.
Y me pareció tan triste que tuve que pedirle a mi hermano que, aun tratándose de una despedida, recordase cosas que fueran alegres o al menos lo parecieran. Le pedí a mi hermano, la víspera de su marcha, que se guardase su emotividad donde le cupiera. Si tuviera siete años podría aducir que lo hice inconscientemente, pero no es el caso, porque ahora apenas lloro por empatía, y es una situación mucho más triste y horriblemente solitaria.
Escapo del retorno a la infancia, de conectar emotivamente con otras personas, de operar psicológicamente a un nivel colectivo con los demás. Me obsesiona mi individualidad, conservar mis rasgos, conservar, conservar, conservar, distinguirme de
Lo hice en defensa propia. Lo hago en defensa propia.
O quizá sólo tenga miedo.
O sea una ignorante.
me cuesta tanto entender
necesito entender
necesito entender.
jueves, 4 de agosto de 2011
miércoles, 3 de agosto de 2011
martes, 2 de agosto de 2011
split adulthood
¿sabes, amor,
cómo son los niños
que se hacen los mayores?
son teatrales
y serios
y pretenden una trascendencia
encantadora y tierna
y a duras penas son conscientes
de sí mismos
y son sinceros porque
no han aprendido aún lo útil que es
mentir
así le quise a él
hay adultos que quisieran volver
a ser niños y
todo les asombra
desde una serenidad impenetrable
y la sencillez les hace
felices porque
han comprendido -por fin-
muchas cosas
y son sinceros porque saben
que mentir no hace
falta
así
te quiero
a ti
lunes, 1 de agosto de 2011
domingo, 31 de julio de 2011
-Oiga, señor- dijo la niña.
Era pequeña y tenía unos ojos muy grandes y, aunque movía la boca al hablar, parecía como si las palabras salieran, en realidad, a través de aquellos ojos enormes.
-Señor.
Puso sobre la mesa un hatillo y, como quien deshoja una flor, comenzó a retirar capas de tela, dejando al descubierto lo que allí había envuelto. Era una cosa muy grande, opaca, y muy pesada. Nadie comprendía cómo había sido capaz de cargar con aquello como si nada, yendo de acá para allá.
-Quiero devolver esto, ya no me gusta. Al principio me gustaba, pero ya no. Quiero devolverla, por favor. Por favor, señor.
Y aunque en sus ojos se veía que estaba a punto de llorar, el hombre la miró con ternura, y le dijo:
-Lo siento mucho, pero la condición adulta no se puede devolver.
sábado, 30 de julio de 2011
A mí me da miedo la muerte
Admiro a esas personas que dicen que no temen a la muerte.
De algunos admiro su valentía, o su inconsciencia, o el hecho inaudito de que hayan logrado reconciliarse con su propia naturaleza humana.
De todos los demás admiro su talento o su desfachatez para la mentira.
miércoles, 27 de julio de 2011
estudia para ser persona de provecho
aprender
que no le importo al mundo
y que la vida -mi vida- ha de seguir
aunque tú no estés
y duela
y sea difícil.
lunes, 25 de julio de 2011
J
¿Quién soy yo para jugar a exorcismos? La misma que soy para juzgar a mi hermano.
Mi hermano es barítono; tiene una bonita voz cuando canta. También toca el piano; lo hace por vanidad. Lo sé porque me lo contó un día, un día no mucho después de aquello, cuando me llamó por mi nombre desde el salón, donde tocaba el piano. Cuando me presenté ante él comenzó un discurso que, supongo, pretendía ser más didáctico que aleccionador, sin conseguirlo. Unos días antes yo había demostrado a todos que era un fracaso, otro más, el tercero en mi familia. Él, en su calidad de primer fracasado, me dijo muchas cosas, como que tenía que encontrarme a mí misma y que debía volver a mis raíces, a mi leer constante, a mi hacer constante. Todo esto lo decía sin dejar de tocar, no recuerdo qué era, si Chopin o Ravel, o Debussy, y yo me sentía diminuta, y estúpida, y su condescendencia me pesaba sobre la espalda y al mismo tiempo me reconfortaba, porque, en cierto modo no aconsejaba, sino que ordenaba, y siempre se me ha dado bastante bien obedecer antes que seguir mi propia disciplina. Y yo miraba sus manos moverse sobre las teclas blancas y algunas negras, y miraba la superficie del piano, tan brillante, de un negro impenetrable, y la miraba porque no me atrevía a mirarle a él. Mi hermano creía y tal vez aún crea que aquello pasó porque yo me drogaba.
Uno cree que los demás hacen lo que uno hace y que los demás no hacen lo que uno no hace.
Mi hermano intentó suicidarse con veintipocos años, cuando yo tenía unos siete. Parece que tomó pastillas y que al poco, asustado, llamó al cura de nuestra parroquia para avisarle de lo que había pasado. Mis padres, que estaban de vacaciones, recibieron una llamada telefónica al poco de llegar a casa, y fue entonces cuando les dijeron que mi hermano estaba en el hospital y que le habían hecho un lavado de estómago. Aquel año había ido a la universidad, a una ciudad lejos de casa, fundado nuevas amistades y descubierto lo divertidas que son las drogas. Dejó todas las asignaturas del curso. Si el intento de suicidio fue real o si sólo se tomó dos pastillas, no lo sé, aunque tengo mis teorías al respecto, pero sé muy bien por qué lo hizo, o por qué fingió que lo había hecho.
A mi hermano le gusta hablar cuando está de humor para hablar, pero lo que le gusta de verdad es tener razón. Mis opiniones casi siempre son recibidas con desprecio o, en el mejor de los casos, condescendencia, porque yo qué sabré de la vida, si soy una niñata y jamás he estado en una barra americana, y no sé qué más. En eso no le puedo quitar razón, soy una niñata y jamás he estado en una barra americana, aunque he vivido durante dos años rodeada de puticlubs y nunca me pasó nada, y eso que a veces vovía a casa a las cinco de la mañana sola y con miedo y sintiendo no ser lo suficientemente valiente para emborracharme de verdad hasta perder el conocimiento y acostarme sórdidamente con desconocidos para así dar forma física a mis miserias y tener verdaderos motivos, motivos tangibles para ser una desgraciada, y pensando en dormir dieciséis horas seguidas y quizás, con suerte, no volver a despertar. Pero yo tampoco me he drogado apenas, ni me he emborrachado apenas, ni he aprendido apenas. Yo no he sufrido nunca, y esto no está pasando. Es cierto que soy una ignorante, es cierto que soy una fracasada, y también es cierto que lo que yo he sufrido no es más que lo que cualquier otra persona puede haber sufrido en un sólo día de su vida, porque hasta para mi propio fracaso soy mediocre. El fracaso en el fracaso: el metafracaso, eso soy yo.
A mi hermano le gusta juzgar a los demás, aunque tenga en el ojo una viga del tamaño de un portaaviones.
Aquel día, mientras tocaba el piano, mi hermano me daba a entender que él sabía quién era gracias a las cosas que hacía y pensaba. Yo no sé apenas nada del mundo, y dudo mucho que nadie sepa quién es o que lo pueda llegar a saber algún día. Me niego a aceptar que tocar el piano y cantar y tirarse pedos sean indicadores de la identidad, me niego a aceptar la necesidad de construir una identidad, me niego a que me presenten diciendo ésta es Ada, es escultora, le gusta cocinar aunque le da mucha pereza, tiene problemas de ansiedad, le gustan los pepinillos en vinagre y, en sus ratos libres le gusta ver la tele aunque luego se siente culpable por no aprovechar mejor el tiempo leyendo un buen libro, me niego, me niego a todo, no quiero ser algo, no quiero ser eso hacia lo que todos os volvéis cuando identificais mis pasos acercándose por el pasillo, porque, sentados en el sofá, esperáis ver aparecer mi rostro en el vano de la puerta, mi rostro, tal vez más pálido o más delgado que de costumbre, o con ojeras, o aspecto más cansado, pero mi rostro, y yo me niego a que lo veáis, porque entonces estaréis seguros de quiénes sois vosotros, y me niego a ser una referencia de esa identidad que tanto trabajo os ha costado construir en vuestro absurdo empeño por conoceros a vosotros mismos.
Ojalá que alguien entienda, ojalá que yo misma entienda, dentro de unos años.