domingo, 31 de julio de 2011

-Oiga, señor- dijo la niña.

Era pequeña y tenía unos ojos muy grandes y, aunque movía la boca al hablar, parecía como si las palabras salieran, en realidad, a través de aquellos ojos enormes.

-Señor.

Puso sobre la mesa un hatillo y, como quien deshoja una flor, comenzó a retirar capas de tela, dejando al descubierto lo que allí había envuelto. Era una cosa muy grande, opaca, y muy pesada. Nadie comprendía cómo había sido capaz de cargar con aquello como si nada, yendo de acá para allá.

-Quiero devolver esto, ya no me gusta. Al principio me gustaba, pero ya no. Quiero devolverla, por favor. Por favor, señor.

Y aunque en sus ojos se veía que estaba a punto de llorar, el hombre la miró con ternura, y le dijo:

-Lo siento mucho, pero la condición adulta no se puede devolver.

2 +:

Rudo Curtir dijo...

Me ha sorprendido mucho. Es muy hermoso.

Ada dijo...

Me alegra que te haya gustado.