domingo, 12 de junio de 2011

S

¿Recuerdas aquellos días tan tristes?

Yo estaba en aquel piso diminuto con A, y su presencia lo ocupaba todo, y no me permitía ni siquiera llorar en secreto. No vivía, sino que dejaba que el tiempo pasara a mi lado, y por las noches escuchaba aquel disco de Joy Division, que nunca he vuelto a escuchar, y me quedaba mirando las paredes como si esperase disolverme y dejar de existir. De día dormía y al despertar encendía un cigarrillo y pensaba que ojalá no hubiera nacido nunca. A veces A, como tantas otras personas a lo largo de mi vida, me miraba de una manera entre la compasión y la censura y yo la odiaba y quería que se muriese o que le sucediera algo horrible.

Tú no lo sabías, pero yo quería desaparecer, aunque te quería más que a nada en mi vida, hubiera preferido desaparecer y dejaros tranquilos a todos.

No quería hablar con mis amigas porque siempre he sentido que me tenían miedo cuando estaba así. Luego mi abuela enfermó y mi madre me dijo que el cáncer estaba en todas partes y que sólo quedaba esperar. Lo peor fue que, a medida que pasaba el tiempo, fue dejando de hablar y nunca más dijo nada hasta el día de su muerte. Lo peor fue que no pude o no supe o no me atreví a decirle que la quería antes de que muriera. Tú viniste a verme, fuiste de mucha ayuda. Aquellos días, meses, yo estaba destrozada y pasaste, quizá, el peor año de tu vida. Pero yo no podía hacer nada porque ni siquiera me preocupaba mucho de comer.

Aquél verano y los siguentes lo único que me animaba era volver a casa con mis amigas, pero tú tenías celos, porque tú no tenías amigos, o porque tus amigos sólo salían los sábados a beber y emborracharse y perder el conocimiento. Y cuando quedaba contigo no podía contarte lo que había hecho con ellas, porque me había divertido y tu estabas jodido, y te dolía que yo me divirtiera mientras tú sufrías, y preferías no saberlo. Me decías que la gente acababa cansándose de ti. Yo no lo entendía muy bien.

Cuando me venía abajo tú me dabas ánimos y me decías que yo podía superarlo, y que seguro que las cosas me irían mejor. Un día, lo recuerdo, decidí volver a vivir y las cosas empezaron a irme mejor, pero tú te sentiste desplazado y me decías que ya no te hacía caso, que no te escuchaba, y era cierto, porque mi cabeza y mi cuerpo estaban muy ocupados intentando volver a funcionar correctamente, y no podía permitirme cuidar de ti como hasta entonces. Pero en vez de entender esto y tratar de que tú lo entendieras, me sentí culpable y me quedé metida en casa, cuidando de ti desde la distancia.

Recuerdo aquel cumpleaños. Yo estaba muy contenta porque, por primera vez en muchos años tenía amigos lejos de mi casa; habíamos cenado juntos tú, yo, M, L y G, y lo habíamos pasado muy bien. Me trajisteis una tarta diminuta con dos velas en forma de 25 y luego nos fuimos a tomar algo al Potemkin. Y cuando menos me lo esperaba me dijiste que no estabas seguro de lo nuestro, o algo así, y cuando te pregunté por qué me dijiste que no querías hacerme más daño, y yo recordé que eso mismo me lo habías dicho ya un par de años antes una noche que, borracho, también querías dejarme. Yo les dije a M y a L que me iba a casa y al final volvimos todos juntos, casi en fila y en completo silencio, tú detrás de mí con la cabeza baja como un niño al que le acaban de echar la bronca. Si lo pienso ahora fue bastante patético. A mitad de camino intenté que me dieras la mano para que comprendieras que no te odiaba, pero tú no me la diste.

Al llegar a casa empezaste a llorar y yo estaba tranquila, y te volví a preguntar por qué, y tú me decías que me querías, pero que tenías la impresión de que yo no quería estar contigo, y de que, de alguna manera, me hacías daño, y yo te dije que era muy egoísta por tu parte intentar dejarme por semejante motivo sin tener en cuenta mi opinión. Y tú lloraste más, y yo también y me pediste perdón y lo solucionamos todo.

Con el tiempo descubrí que no me habías querido dejar por temor a resultarme una carga, sino antes bien porque ese año yo no te hacía tanto caso como antes y habías conocido a otra que te gustaba y que, sabiendo que nuestra situación era complicada, te había dejado su puerta abierta. Después comprendí que, si quisiste dejarme al poco de empezar, fue porque en realidad tú no querías estar conmigo, porque tenías miedo de hacerte daño o de que te lo hiciera yo.

No puedo censurar tus motivos, pero hace no mucho que te hartaste de llamarme mentirosa. Y yo tuve que agachar la cabeza y darte la razón.

En realidad nunca quisiste que me pusiera bien. Cuando estaba mal todo mi mundo se reducía a ti, porque fuera de los muros de mi casa yo no vivía y así, mi único vínculo con el mundo eras tú, y yo me esforzaba por cuidarte y tratarte lo mejor posible, porque me eras un bien muy preciado, y porque quererte por encima de todo era lo único que me hacía sentir como una persona. El día que me eché fuera de casa tú tiraste con fuerza de la correa, y no me quedó más remedio que volver adentro. No es un reproche. Mi actitud para contigo era igualmente patética.

Me llamaste cobarde y mentirosa. Estoy harta de que proyectéis vuestros defectos en mí, que todo lo que hice fue quereros como erais. No es culpa mía que no fuerais capaces de aceptarlo.