miércoles, 6 de julio de 2011

Análisis

en la vida de toda persona que empieza a conocerme
hay, casi siempre, un momento de incertidumbre insoportable
-que parece durar horas-
en el que debe decidir si preguntar o no los motivos de mi aparente fracaso vital
porque yo no tengo nada
no tengo nada y soy muy mayor ya
y la gente se pregunta, entonces, por qué.

La inmensa mayoría formula la pregunta en su cabeza
y, en secreto, imagina cosas tenebrosas
posibles motivos que justifiquen ese no tener nada
y el hecho de que soy ya demasiado mayor como para que así sea

otros, muy pocos, muy valientes o inconscientes preguntan por qué

y siento a la vergüenza trepar por mi espalda
y casi pienso que quisiera tener una coartada terrible, más trágica que triste
y alegar en mi defensa dolorosos traumas
ante los que cualquier persona se compadeciera y se viera obligada a comprender

que abusaron de mí cuando era niña
que me pegaban
o que no me daban de comer
o que me insultaban
o que mis compañeros de colegio me hicieron la vida imposible
o que me violaron
o que tengo una enfermedad grave o degenerativa
o que mi madre la tiene y yo he de dedicarme exclusivamente a ella
o que salté por una ventana un día y estuve a punto de matarme
o que soy alcohólica
o drogadicta

Es ruin y patético y horrendo
y la realidad es mediocre, como yo.
Y no puedo explicar todo esto a nadie que apenas comienza a conocerme
y que espera grandes maravillas y bondades de mí
(todos esperamos, íntimamente, grandes maravillas y bondades de los demás, ya que no las encontramos en nosotros mismos)

pues el ser humano es, como todos sabemos, incapaz de mal alguno.