martes, 1 de marzo de 2011

Me miraste -estabas cansado- y dijiste:

-Y ahora, ¿qué hacemos?

Y yo te miré y no me moví, y me quedé callada con las manos en el regazo y la mochila entre los pies, y no te acaricié la mejilla ni te dije que te quería ni lloré ni te abracé ni te besé porque sabía que hacer algo -lo que fuera- terminaría irremediablemente en despedida.

[y tus ojos, en las despedidas...]

Porque yo sé que es posible que me muera en una de esas despedidas de una de esas miradas.